viernes, 13 de marzo de 2015

Sin límites

Corro sin parar, hasta que mi estómago ruge por salir, empuja fuerte por la garganta y explota en el asfalto tibio de una noche de marzo. 'Ya no puedes hacer nada'. Las rodillas se sienten suaves, extrañas, como si la articulación no estuviera ahí. Los muslos tensos, que empezaron a doler hace 10 minutos, ahora arden muy fuerte, tan fuerte que es imposible disimular la mueca de dolor. Jadeo fuerte, entre quejidos. El sudor emana incesantemente por todo mi cuerpo y mi estómago intenta otra vez escapar, siento como esta vez intenta arrastrar el intestino con él. Solo escucho el sonido. El acto involuntario de contracción me cierra los ojos, siento salpicar mis brazos, que en ese momento sostienen el cuerpo con graciosa dificultad.

Siento que el estómago se calma, pero el dolor en el costado sigue. No le doy importancia y me levanto rápido, y corro sin mirar atrás, como escapando de algo que sé, pero que el dolor de músculos y el cansancio no me dejan recordar. Solo sé que no debo dejar de correr. Las puntas de mis dedos se sienten ligeros, y mis brazos pierden el ritmo, el movimiento es poco natural y torpe, lo sé y por un segundo me siento estúpido, como si no pudiera dar una forma estilizada o cuerda a mi correr. Pero no me detengo, solo sé que no debo detenerme. Las piernas se agarrotan y empiezan a desobedecer. Las zancadas se hacen cada vez más imprecisas y menos homogéneas, el ritmo se pierde poco a poco y a cada segundo que pasa mis pasos se hacen más y más ruidosos. 

Mis zapatillas pesan mucho y el mundo gira a mi alrededor, siento mi cabeza llena de sangre, mis ojos se sienten inflamados y desean marchar de mi cuerpo con el mismo deseo que mi estómago. Pero no es momento aún, sé que no debo parar. Casi como odiando el bienestar de mi cuerpo, hago caso omiso de las indicaciones que me da. Escucho un pitido sumamente agudo, fuerte y molesto, dentro del oído y trato de afirmarlo con mi mano. Puntos de muchos colores vuelan por mi visión periférica. las puntas de mis dedos de las manos se entumecen, al mover mi vista todo parece en cámara lenta. Los bordes de mi vista se vuelven negros y solo soy capaz de ver por el centro, como si mirara a través de un tubo, mi mano izquierda empieza a tamblar y mis rodillas ceden un par de centímetros cada tres o cuatro pasos. Solo miro el piso. Ya no pienso en nada, no sé nada de nada, ya no siento el dolor de mi cuerpo ni el cansancio, mi mente es una sábana que ondea al ritmo de mi carrera, no temo a nada y no tengo necesidades. No hay pasado, tampoco futuro y podría poner en duda el mismo presente. Éxtasis. Estoy en paz.

Caigo de estómago en la calle y recupero parte de mis sentidos. Y todos los dolores al mismo tiempo azotan mi cuerpo. Mi estómago arremete con furia a través de mi garganta y un líquido blanco, que ya no es tan líquido, sale disparado entre mis manos, las que puse sobre mi boca, acto involuntario al pensar seriamente que mi estómago venía subiendo por mi garganta. Mi boca se encuentra abierta de par en par, tratando de absorber todo el aire que puedo. Respiro con ambos ojos cerrados, sintiendo como se hace cada vez más insoportable el dolor de las rodillas, muslos y pantorrillas. La boca, seca, trata de esbozar una frase. Una frase que sabía. Que sabía y había olvidado durante mi escape. Y durante unos segundos creí que no iba a recordarla jamás.

Ser iluso es una parte natural de la desesperación en el ser humano.

'Ya no puedes hacer nada'.

El pecho se contrajo en ese preciso momento y sentí un enorme nudo en la garganta, apretando con fuerza justo bajo mi lengua, un escalofrío subió por mi espalda, mi pecho se contrajo nuevamente y pude sentir el vacío justo en medio de él. Mi nuca comenzó a endurecerse y volví a recordar por qué corría.

Mi cuerpo dolía completamente, pero el malestar imaginario, la fatiga mental, era aún peor y comencé a reír, reír fuerte. Carcajear.

Cuando el dolor es insoportable, de los gritos y quejidos paso a estar en silencio, solo aprieto los dientes y espero a que pase, es mi reacción al dolor extremo. Cuando el dolor pasa de ese nivel empieza lo extraño, suelo reír en este punto, reír fuerte.

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